Ella, naturaleza, energía, luz, ¡vida!
Él, naturaleza, energía, luz, ¡vida!
Dos seres que nacieron de la tierra, del universo, del sol de la unión y la solidaridad.
Ella como una flor de tiempo y luna donde el vientre se hace nido de días, de fe, de carne y alma. Un vientre en donde crecen los planetas de las horas insuflando vida a un nuevo ser, o simplemente dando vida a su propia vida, porque insuflarse vida a una misma, también es dar, y darse a si misma, es vivir más intensamente. Un vientre lleno de aguas vivificadas por la esencia de la creación.
Él como árbol de luna y tiempo donde el latir del viento siembra la dulce energía del espacio. Un vientre en donde crecen los planetas de las horas amasando vida para un nuevo ser, o simplemente amasando vida para su propia vida, que también es dar, porque darse a sí mismo es vivir más intensamente. Un vientre lleno de fuerza creadora que estimula el tiempo.
Ella y Él, vivían unidos por las espumas salvadoras de la compañía, vivían aprendiendo a conocerse mejor cada día, vivían intentando darse y dar lo mejor de sí, vivían en el respeto mutuo y en la unión, sin pretensiones de poder. Conjugando el verbo vivir, sin competir.
Él y Ella, disfrutaban de sus cuerpos sin saber lo que era pecado, sin observarse con la maligna debilidad del que se cree mejor que el otro. Conjugando el verbo vivir, sin vanidad.
Ella y Ella, se aprendían probando sus flujos protectores, como quien prueba el mejor elixir. Y el mejor elixir que existe es conocer el sabor de la piel de la persona que te acompaña en este camino que es la vida. Se aprendían, conjugando el verbo vivir, con la mayor naturalidad.
Él y Él, soñaron ser padres de sus propias manos, para aprehender las caricias, para sujetar con cordura y cariño, los hilos de los que todos pendemos. Soñaron ser padres de sus propias manos, conjugando el verbo vivir, con la verdad en la sangre, con la dicha en el alma, con la pasión en este camino tan oscuro en soledad, tan lúdico y completo en compañía.
En compañía. Cada uno elige su compañía y se refleja en el otro para mejorar su imagen, para realzar la solidaridad, para añadir a su propio ego más humanidad, para que caminar erguido, no sea un obstáculo a la humildad. Para que el horizonte sea más generoso con los defectos del otro.
El otro, que puede ser él o ella, ella o él, sin mirar si yo soy ella o él, porque el género no manda en el cerebro, ni en el corazón, ni en la esencia más profunda de los seres que es el cariño. El género no manda en ningún ser, es solamente una herencia de un Edén que nunca debió ser.
Este escrito, quiere ser mi humilde aportación a este mes de marzo mal dedicado a la mujer. Digo mal dedicado porque no debería existir nada dedicado a la mujer ni al hombre, sino a la persona, que es lo que somos, personas; por mucho que nos haya tocado vivir en una era en la que estamos encerrados en corsés, muchas veces equivocados. Dicho sea, desde mi humilde punto de vista claro está. Pues eso, que les dejo estas líneas para que ustedes lo lean sin género, solo con el punto de vista de su cerebro y corazón de personas.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo
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